En este inmensurable espacio, de infinitos límites, me siento encasillada por la monotonía y el miedo.
Como si murmurara a mis espaldas, como si susurrara en mi oído, siento ese gélido aliento fantasmal, intangible, pero real, que proviene de ese ser inmundo y pequeño que me suele mirar cuando yo menos me lo espero. Porque yo lo siento, siento sus tristes ojos clavados en mí. Percibo su asquerosa presencia muy cerca, podría hasta tocarlo... sólo que cada vez que lo intento, cada vez que estiro mis manos, se cierran, vacías, en el aire entumecido y abandonado, polvoriento y enmohecido, de esta vaga ciudad de luces sin nombre... Y es que yo sé como se ve, es pequeño y oscuro, pero tiene el rostro de la cera y los ojos rasgados, y la boca es un tajo mal hecho... Nuestras miradas nunca se han cruzado, porque cada vez que volteó a mirarlo, se esfuma, desaparece, se vuelve invisible a mi poco fiable vista.
Me da asco, porque su forma nauseabunda no abandona mi mente. Y es que yo lo vi nacer, yo lo vi salir... Salió de mí, hace años, cuando se respiraba el oro en el aire y las luces de la ciudad solían tener nombre... Salió de mí, de mis más secretas entrañas, fruto de todo lo aberrante y grotesco que mi espíritu guarecía...
